miércoles, 30 de septiembre de 2009

FRAGMENTO GORGIAS DE PLATÓN

GORGIAS DE PLATÓN

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SÓCRATES.- Puesto que no estamos de acuerdo, cuando un tirano o un orador condena a alguien a muerte o al destierro o a la confiscación de sus bienes, creyendo que es el partido más ventajoso para él mismo, aunque realmente sea el más malo, hace lo que juzga más a propósito, ¿no es así?

POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- ¿Hace por esto lo que quiere, si es verdad que lo que hace es malo?... ¿Por qué no respondes?

POLOS.- No me parece que haga lo que quiere.

SÓCRATES.- ¿Es posible que un hombre tal tenga un gran poder en la ciudad, si, como has reconocido, es un bien el estar revestido de un gran poder?

POLOS.- No puede tenerlo.

SÓCRATES.- Por consiguiente, tuve razón al decir que es posible que un hombre haga cuanto se le ocurre juzgar a propósito en una ciudad sin disfrutar, no obstante, de un gran poder, ni hacer lo que quiere.

POLOS.- Como si tú mismo, Sócrates, no prefirieras tener la libertad de hacer en una ciudad cuanto te gustara a no tenerla, y como si cuando ves a cualquiera hacer morir a otro porque lo cree conveniente, o despojarle de sus bienes o aherrojarle en una prisión, no le envidiaras.

SÓCRATES.- ¿Supones que procede con justicia, o no?

POLOS.- De cualquier manera que sea, ¿no es siempre algo digno de envidia?

SÓCRATES.- Habla mejor, Polos.

POLOS.- ¿Por qué?

SÓCRATES.- Porque no hay que envidiar a aquellos cuya suerte no debe excitar ninguna ni a los desgraciados, sino tenerles lástima.
POLOS.- Pero ¿es posible que juzgues tal la condición de estos de quienes te hablo?

SÓCRATES.- ¿Podría acaso juzgarlos de otro modo?
POLOS.- ¿Consideras entonces como desgraciado y digno de compasión a cualquiera que condena a muerte a quien juzga a propósito, aun en el caso de que le condene con justicia?

SÓCRATES.- De ninguna manera, pero tampoco me parece digno de ser envidiado.
POLOS.- ¿No acabas de decir que es desgraciado?

SÓCRATES.- Sí, querido; lo he dicho del que condena a muerte injustamente, y además, que es digno de compasión. Y del que quita justamente la vida a otro, digo que no puede ser envidiado.
POLOS.- El hombre condenado injustamente a muerte ¿no es desgraciado y merecedor de compasión al mismo tiempo?

SÓCRATES.- Menos que el autor de su muerte, Polos, y menos aún que el que ha merecido la muerte.
POLOS.- ¿Cómo, Sócrates?

SÓCRATES.- Porque de todos los males, el mayor es cometer una injusticia.
POLOS.- ¿Es éste el mayor mal? ¿No es mayor el sufrir una injusticia?

SÓCRATES.- De ninguna manera.
POLOS.- ¿Entonces preferirías más ser víctima de una injusticia que cometerla?
SÓCRATES.- No quisiera ni lo uno ni lo otro. Pero si me viera obligado a cometer una injusticia o a tener que sufrirla, preferiría esto antes que cometerla.
POLOS.- ¿Aceptarías o no la condición de tirano?

SÓCRATES.- No, si por tirano entiendes la misma cosa que yo.
POLOS.- Entiendo por tirano lo que te dije hace muy poco: tener el poder de hacer en una ciudad cuanto me viniere en gana; matar, desterrar, en una palabra, obrar como le plazca a mi albedrío.

SÓCRATES.- Reflexiona, caro amigo, acerca de lo que voy a decir. Si cuando la plaza pública está llena de gente y teniendo yo oculto un puñal bajo mi brazo te dijera: en este momento me siento revestido de un poder maravilloso igual al de un tirano. De todos estos hombres que ves, el que me parezca a propósito de que lo mate, morirá en seguida. Si me parece que debo romper la cabeza a alguno, al instante la tendrá rota; si quiero rasgar sus vestiduras, las rasgaré, tan grande es el poder que tengo en esta ciudad. Si te resistieras a creerme y te enseñase el puñal, puede ser que al verlo exclamaras: de esta manera cualquiera puede tener un gran poder. De igual modo podrías incendiar la casa del ciudadano que se te antojara, los arsenales de Atenas y todas las embarcaciones públicas y particulares. Pero la grandeza del poder no consiste precisamente en hacer lo que se juzga a propósito. ¿Lo crees?

POLOS.- De la manera que acabas de decir, no.

SÓCRATES.- ¿Quisieras decirme por qué razón desecharías un poder semejante?
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- Dila.
POLOS.- Porque quien usara de él, sería castigado irremisiblemente.

SÓCRATES.- ¿No es un mal el ser castigado?
POLOS.- Sin duda.

SÓCRATES.- Entonces, querido, juzgas, pues, de nuevo que se dispone de un gran poder cuando haciendo lo que se juzga a propósito se hace lo que es ventajoso y que entonces es una cosa buena. En esto consiste, en efecto, el gran poder; fuera de esto es una cosa mala y un poder muy débil. Examinemos esto todavía. ¿No convenimos en que algunas veces es mejor hacer lo que decimos hace un instante, condenar a muerte a los ciudadanos, desterrarlos y decomisar sus bienes y que otras veces no?
POLOS.- Nadie podrá contradecirte.
SÓCRATES.- Entonces parece que acerca de este punto estamos acordes tú y yo.
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- ¿En qué caso dices tú que es mejor hacer esta clase de cosas? Determínalo sin ambigüedades.
POLOS.- Respóndete tú mismo a esta pregunta, Sócrates.

SÓCRATES.- Puesto que prefieres saber mi opinión antes de darme a conocer la tuya, te digo que es mejor hacerlas cuando se las hace con justicia y peor cuando se hacen injustamente.
POLOS.- Es verdaderamente muy difícil refutarte, Sócrates. ¿No podría convencerte, sin embargo, cualquier chiquillo de que no dices la verdad?

SÓCRATES.- Muy reconocido quedaría a ese niño y no menos a ti si me refutas y me libras de mis extravagancias. No te canses de obligar a un hombre que te quiere; por favor, pruébame que estoy equivocado.
POLOS.- Para esto no hay que recurrir a sucesos remotos. Lo ocurrido ayer y anteayer basta para confundirte y demostrar que muchos hombres culpables de injusticias son felices.

SÓCRATES.- ¿Qué sucesos son esos?
POLOS.- Ves a ese Arquelao, hijo de Perdiccas, rey de Macedonia.
SÓCRATES.- Si no lo veo, al menos oigo hablar de él.
POLOS.- Y qué te figuras que es, ¿dichoso o desgraciado?

SÓCRATES.- No lo sé, Polos, porque todavía no he hablado con él.
POLOS.- ¿Qué dices? ¿Si hubieras hablado con él, sabrías a qué atenerte y de otra manera no puedes saber si es feliz?
SÓCRATES.- Te aseguro que no.
POLOS.- Estoy seguro, Sócrates, que también dirías que ignoras si el gran rey es dichoso.

SÓCRATES.- Y diré la verdad, porque ignoro cuál es el estado de su alma desde el punto de vista de la ciencia y la justicia.
POLOS.- ¿Supones acaso que toda la felicidad consiste en esto?

SÓCRATES.- A mi modo de ver, sí, Polos, porque pretendo que cualquiera que sea probo o virtuoso, hombre o mujer, es dichoso, y que el injusto y perverso es desgraciado.
POLOS.- Según tú, entonces será desgraciado este Arquelao de quien hablo.
SÓCRATES.- Sí, querido amigo, si es injusto.
POLOS.- ¿Cómo no sería injusto? Él, que no tenía ningún derecho al trono que ocupa por haber nacido de una madre esclava de Alcetas, hermano de Perdiccas; él, que según las leyes, era esclavo de Alcetas y que debería haberle servido como tal, si hubiera querido cumplir con él en justicia y que en su consecuencia habría sido dichoso, según pretendes, mientras que hoy es soberanamente desgraciado, puesto que ha cometido muchos crímenes. Porque habiendo llamado a Alcetas, su dueño y tío, con pretexto de entregarle la autoridad de que Perdiccas le había despojado, lo recibió en su casa, lo embriagó y lo mismo a su hijo Alejandro, primo suyo y casi de la misma edad, los hizo subir a un carro y de noche los llevó lejos del palacio y se desembarazó de ellos haciéndolos degollar. Una vez cometido este crimen, no se dio cuenta de la desgracia extrema en que se había precipitado ni sintió el menor remordimiento, y poco tiempo después, lejos de consentir en ser dichoso, sirviendo a la justicia y cuidando de la educación de su hermano, hijo legítimo de Perdiccas, de siete años de edad, y entregándole la corona que le pertenecía de derecho, lo arrojó a un pozo después de haberle estrangulado, y dijo a Cleopatra, madre del niño, que éste, persiguiendo a su ganso, se cayó al pozo, donde halló la muerte. Haciéndose así culpable de más crímenes que hombre alguno en Macedonia, es hoy día no el más dichoso, sino el más desgraciado de todos los macedonios. Y quizá hay más de un ateniense, empezando por ti, que preferiría la condición de cualquier otro macedonio a la de Arquelao.

SÓCRATES.- Desde que comenzamos a hablar te felicité, Polos, por lo muy versado que me pareciste estar en la retórica, pero, en cambio, has descuidado bastante el arte de conversar. ¿Son éstas, pues, las razones con que un niño me refutaría? Al oírte has destruido con estas razones lo que anticipé de que el injusto no es dichoso. Pero ¿cómo, querido amigo, puesto que no estoy conforme con nada absolutamente de lo que has dicho?
POLOS.- Di que no quieres confesarlo, pero seguramente piensas como yo.

SÓCRATES.- Eres admirable pretendiendo refutarme con argumentos de retórica como los que creen hacer lo mismo ante los tribunales. Allí, en efecto, se imagina un abogado haber refutado a otro cuando ha presentado un gran número de testigos distinguidos que responden de la veracidad de lo que dice mientras su adversario sólo puede presentar uno o ninguno. Pero esta clase de refutación no sirve de nada para descubrir la verdad, porque algunas veces puede ser condenado un acusado en falso por la declaración de un gran número de testigos que parecen ser de algún peso. Y en el caso presente casi todos los atenienses y los extranjeros serán de tu opinión acerca de las cosas de que hablas, y si quieres alegar testimonios contra mí para probar que la razón no está de mi parte, tendrás como testigos, siempre que quieras, a Nicias, hijo de Niceratos, y a sus hermanos, que han dado los trípodes que se ven en fila en la Dionisión; también tienes, si quieres, a Aistocratos, hijo de Scellias, de quien es esta hermosa ofrenda en el templo de Apolo Fitico; podrás contar también con toda la familia de Pericles y cualquier otra familia de Atenas que juzgues a propósito elegir. Pero soy, aunque solo, de otra opinión, porque no dices nada que me obligue a cambiarla; pero produciendo contra mí una porción de testigos falsos puedes proponerte desposeerme de mis bienes y de la verdad. En cuanto a mí, no creo haber formulado ninguna conclusión que valga la pena acerca del asunto de nuestra disputa, a menos que no te reduzca a que te presentes tú mismo a rendir testimonio de la verdad de lo que digo; y tú creo que nada podrás alegar contra mí a menos que yo, que estoy solo, declare en tu favor y que no asignes importancia al testimonio de los otros. He aquí, pues, dos maneras de refutar: la una la que tú y otros creéis buena, y la otra la que yo, por mi parte, Juzgo buena. Comparémoslas juntas y veamos si no difieren en nada. Porque los asuntos sobre los cuales no nos hemos puesto de acuerdo no son de nimias consecuencias; al contrario, casi lo más bello que se debe saber, e ignorarlo lo más vergonzoso que puede ocurrirnos, porque el punto capital al que afluyen es saber o ignorar quién es feliz o desgraciado. Y volviendo al objeto de nuestra disputa, pretendes tú, en primer lugar, que es posible ser feliz siendo injusto y en medio mismo de la injusticia, porque crees que Arquelao, aunque injusto, no por eso deja de ser feliz. ¿No es ésta la idea que debemos tener de tu manera de pensar?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- Pues yo sostengo que tal aseveración es imposible. Éste es un primer punto sobre el cual no estamos de acuerdo. Sea. Pero dime: ¿será dichoso el culpable cuando se le haga justicia y se le castigue?
POLOS.- De ninguna manera; al contrario, si estuviera en este caso, sería muy desgraciado.
SÓCRATES.- Por lo que dices, si el culpable escapa a su merecido castigo será feliz, ¿no es cierto?
POLOS.- Ciertísimo.

SÓCRATES.- Pues yo pienso, Polos, que el hombre injusto y criminal es desgraciado de todas maneras, pero aún más si no sufre ningún castigo y sus crímenes permanecen impunes, y que lo es menos si recibe por parte de los hombres y de los dioses el justo castigo de sus perversidades.
POLOS.- Presentas una extraña paradoja, Sócrates.
SÓCRATES.- Voy a intentar, querido Polos, hacerte decir las mismas cosas que yo, porque te considero amigo mío. Éstos son los objetos que nos hacen opinar de distinto modo. Juzga tú mismo. Dije antes qué cometer una injusticia es un mal mayor que sufrirla.
POLOS.- Es verdad.

SÓCRATES.- Y tú, que sufrirla es mayor mal.
POLOS.- Sí, lo digo.
SÓCRATES.- También he dicho que los que obran injustamente son desgraciados, y tú me lo has refutado.
POLOS.- Sí, ¡por Júpiter!

SÓCRATES.- Mejor dicho, te figuras habérmelo refutado.
POLOS.- Y probablemente tengo motivos para creerlo.
SÓCRATES.- Por tu parte juzgas dichosos a los malos cuando no los aflige el castigo de la justicia.
POLOS.- Nadie me lo contradecirá.

SÓCRATES.- Pues yo digo que son muy desgraciados y que los que sufren el merecido castigo lo son menos. ¿Quieres refutarme también esto?
POLOS.- Esta aseveración es aún más difícil de refutar que la precedente, Sócrates.
SÓCRATES.- No lo creas, Polos; pero es una empresa imposible porque nunca se puede refutar lo que es verdad.
POLOS.- ¿Cómo has dicho? ¿Qué? ¿Que un hombre sorprendido al cometer un delito como el aspirar a la tiranía, sometido en seguida a la tortura, a quien le desgarran los miembros, le queman los ojos y después de haber sufrido en su persona tormentos sin medida y de todas clases y haber visto padecer otros tantos a su esposa y sus hijos, y por fin es crucificado y quemado vivo, que este hombre será más dichoso que si escapando a estos suplicios consiguiera ser tirano y pasara toda su vida dueño de la ciudad, haciendo lo que le pluguiera y siendo objeto de la envidia de sus conciudadanos y de los extranjeros y considerado feliz por todo el mundo? ¿Y pretendes que es imposible refutar tales absurdos?
SÓCRATES.- Estás tratando de asustarme con tanta palabrería, buen Polos, pero no me refutas, y hace un momento llamabas en socorro tuyo a los testigos. Sea lo que quiera, recuérdame una cosa poco importante: ¿has supuesto que este hombre aspirara injustamente a la tiranía?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- Siendo así, el uno ni será más dichoso que el otro, ni el que logró apoderarse injustamente de la tiranía, ni el que ha sido castigado, porque no podría ser que de dos desgraciados el uno sea más feliz que el otro. Pero el más desgraciado de los dos es el que se ha escapado y ha llegado a hacerse dueño de la tiranía. ¿Por qué te ríes, Polos? ¿Es acaso un nuevo modo de refutar el reírse de un hombre en sus barbas sin alegar una razón en contra de lo que ha dicho?
POLOS.- ¿No te crees suficientemente refutado, Sócrates, afirmando cosas que ningún otro hombre se atrevería a sostener? Interroga más bien a cualquiera de los que te escuchan.

SÓCRATES.- No cuento en el número de los políticos, Polos, y el año pasado, cuando la suerte me hizo tener que ser senador, y a mi tribu le tocó presidir y tuve necesidad de recoger los sufragios, me puse en ridículo por no saber lo que tenía que hacer. No me hables, pues, de recoger los votos de los asistentes, y si, como te digo, no puedes oponerme argumentos mejores, deja que a mi vez te interrogue y procura ensayar mi manera de interrogar, que me figuro es la buena. Yo no puedo presentar más que un testigo en favor de lo que digo y es precisamente el mismo con quien converso y no hago caso alguno de la multitud. No recojo más sufragio que el suyo; en cuanto a la muchedumbre, ni siquiera le dirijo la palabra. Mira, pues, si puedes tolerar a tu vez que te refute animándote a responder a mis preguntas. Porque estoy convencido de que tú y yo y los demás hombres pensamos todos que cometer una injusticia es un mal mucho mayor que soportarla, como el no ser castigado por sus crímenes más mal que sufrir la pena merecida.
POLOS.- Yo sostengo, en cambio, que no es ésa mi opinión ni la de ningún otro. Tú mismo ¿preferirías ser víctima de una injusticia antes que cometer una?
SÓCRATES.- Sí, y tu también y todo el mundo.
POLOS.- Estás en un error; ni tú, ni yo, ni quienquiera que sea.

SÓCRATES.- ¿Quieres responderme?
POLOS.- Consiento, porque tengo una curiosidad muy grande de saber lo que dirás.
SÓCRATES.- Pues para saberlo, contéstame, Polos, como si empezara a interrogarte por primera vez. ¿Qué mal opinas mayor: cometer una injusticia o ser víctima de ella?
POLOS.- Ser víctima de ella, me parece.
SÓCRATES.- ¿Y qué es más feo: cometer una injusticia o soportarla? Responde.
POLOS.- Cometerla.

SÓCRATES.- Si es más feo, será, pues, un mal mayor.
POLOS.- De ninguna manera.
SÓCRATES.- Comprendo. ¿Tú no crees, a lo que parece, que lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo sean la misma cosa?
POLOS.- Ciertamente que no.

SÓCRATES.- ¿Qué dices de esto? ¿A todas las cosas bellas en cuestión de cuerpos, de colores, de figuras y de profesiones las llamas bellas sin relacionarlas a algo? Empezando por los cuerpos hermosos, cuando dices que son bellos, ¿no es refiriéndoles a su uso, a causa de la utilidad que puede obtenerse de ellos o en vista de cierto placer cuando su aspecto despierta un sentimiento de agrado en el alma de los que los contemplan? Aparte de ésta, ¿hay alguna otra razón que te haga decir que un cuerpo es hermoso?
POLOS.- No conozco ninguna otra.

SÓCRATES.- De igual manera, ¿no llamas bellas a todas las otras cosas, figuras, colores, por el placer o la utilidad que proporcionan o por ambos a la vez?
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- ¿No ocurre lo mismo con los sonidos y con todo lo que pertenece a la música?
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- Igualmente lo que es bello en cuestión de leyes y de géneros de vida, ¿no lo es, sin duda, por más razón que por ser útil o agradable o bien por las dos cosas a la vez?
POLOS.- No me lo parece.

SÓCRATES.- ¿No puede decirse lo mismo refiriéndose a la belleza de las ciencias?
POLOS.- Indudablemente; definir lo bello, Sócrates, como haces, explicándolo por medio de lo útil y de lo agradable, es hermoso.
SÓCRATES.- Lo feo entonces ¿estará bien definido por los dos contrarios: el dolor y lo malo?
POLOS.- Necesariamente.

SÓCRATES.- Si de dos cosas bellas una lo es más que la otra, ¿no lo es porque la aventaja en hermosura o en utilidad o en ambas cosas a la vez?
POLOS.- Sin duda.
SÓCRATES.- Y de dos cosas feas, si una es más fea que la otra será porque causa más dolor o más mal o lo uno y lo otro. ¿No es una necesidad que sea así?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- Veamos ahora. ¿Qué decíamos recién referente a la injusticia cometida o sufrida? ¿No dijiste que era peor sufrir la injusticia y más feo cometerla?
POLOS.- Así dije.

SÓCRATES.- Si es más fea la comisión de una injusticia que la desgracia de ser víctima de ella, es o porque es más enojoso y causa más dolor, o por ser un mal mayor, o por lo uno y lo otro a la vez. ¿No es esto también una necesidad?
POLOS.- Lo es, indudablemente.

SÓCRATES.- Examinaremos en primer lugar si es más doloroso cometer una injusticia que tener que sufrirla, y si los que la cometen experimentan más dolor que los que son víctimas de ella,
POLOS.- Aquéllos, no, Sócrates; pero éstos, sí.
SÓCRATES.- La acción de cometer una injusticia no es, pues, tan dolorosa como el sobrellevar ésta.
POLOS.- No.

SÓCRATES.- Si es así, ocurrirá lo mismo con relación al dolor y al mal a su vez.
POLOS.- Parece que así es.
SÓCRATES.- Entonces no nos queda más que referirnos al último de los dos.
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- ¿Al mal sólo?
POLOS.- Me parece.

SÓCRATES.- Puesto que cometer una injusticia hace inclinarse del lado del mal, es peor que padecerla.
POLOS.- Es evidente.
SÓCRATES.- ¿No reconoce la mayoría de los hombres que es más repugnante, y tú mismo lo has confesado, cometer una injusticia que padecerla?
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- ¿No acabamos de ver que también es peor?
POLOS.- Parece que sí.

SÓCRATES.- ¿Preferirías tú lo que es más feo y peor a lo que lo es menos? No te avergüences de contestarme, Polos, porque nada malo te ocurrirá. Pero entrégate generosamente a este discurso, como lo harías a un médico; responde y muéstrate conforme con lo que te pregunto o niégalo.
POLOS.- No lo preferiría.

SÓCRATES.- ¿Crees que habrá alguien en el mundo que lo prefiera?
POLOS.- Después de lo que acabas de decir, me parece que no.
SÓCRATES.- Entonces tuve razón cuando dije que ni yo, ni tú, ni quienquiera que sea, preferirá cometer una injusticia a padecerla, porque es una cosa mala.
POLOS.- Así parece.

SÓCRATES.- ¿Ves ahora, Polos, comparando tu manera de refutar con la mía, que no se asemejan nada? Todos los demás convienen contigo en lo que les propones. A mí me basta tu confesión sola y tu único testimonio; no recojo más sufragio que el tuyo y me ocupo muy poco de lo que piensan los demás. Quedamos, pues, de acuerdo acerca de este punto. Pasemos a examinar el otro, en el cual no conveníamos tú y yo, a saber: si verse castigado por las injusticias cometidas es el mayor mal, como pensabas, o si es un mal aún mayor disfrutar de la impunidad, como yo creo. Procedamos de esta manera. Sufrir el dolor de su injusticia y ser castigado con arreglo a la ley, ¿te parece que es lo mismo?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- ¿Podrías negarme que lo que es justo es bello en tanto que es justo? Reflexiona antes de contestarme.
POLOS.- Me parece que es así, Sócrates.
SÓCRATES.- Considera todavía esto. Cuando uno hace una cosa, ¿es preciso que haya un paciente que responda a este agente?
POLOS.- Me figuro que sí.

SÓCRATES.- Lo que el paciente sufre, ¿no es de la misma naturaleza que lo que hace el agente? Mira lo que quiero decir: si alguno pega, ¿no es una necesidad que se haya pegado a una cosa?
POLOS.- Seguramente.
SÓCRATES.- ¿Y si pega de prisa y fuerte que la cosa sea golpeada de la misma manera?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- Lo golpeado experimenta, por lo tanto, un efecto de la misma naturaleza que la acción del que golpea.
POLOS.- Indudablemente.
SÓCRATES.- Por consiguiente, si uno quema es preciso que haya alguna cosa que se queme.
POLOS.- No puede ser de otro modo.
SÓCRATES.- ¿Y si se quema mucho y de una manera dolorosa que la cosa quemada lo sea precisamente de la manera que se la quema?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- Y lo mismo si una cosa corta porque otra tiene que ser cortada.
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- Y si el corte es grande o profundo o doloroso, la cosa cortada tiene que ser exactamente de la manera como se la corta.
POLOS.- Así parece.
SÓCRATES.- En una palabra: mira a ver si me concedes respecto a todas las otras cosas lo que acabo de decir: que lo que hace el agente lo sufre el paciente tal como el agente lo hace.
POLOS.- Te lo concedo.

SÓCRATES.- Después de estas condiciones, dime si ser castigado es sufrir u obrar.
POLOS.- Sufrir, necesariamente, Sócrates.
SÓCRATES.- ¿Por parte de algún agente, sin duda?
POLOS.- Del que castiga, naturalmente.
SÓCRATES.- El que castiga con razón, ¿castiga justamente?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- ¿Haciendo una obra justa o no?
POLOS.- Haciendo una cosa justa.
SÓCRATES.- El que está castigado, cuando se le castiga, sufre una cosa justa, por lo tanto.
POLOS.- Aparentemente.
SÓCRATES.- ¿No habíamos convenido en que todo lo justo es bello?
POLOS.- Sí.

SÓCRATES.- Lo que hace la persona que castiga y lo que sufre la persona castigada es, pues, bello.
POLOS.- Sí.
SÓCRATES.- Pero lo que es bello es al mismo tiempo bueno porque es agradable y útil.
POLOS.- Necesariamente.
SÓCRATES.- Por esto lo que sufre el castigado es bueno.
POLOS.- Parece que sí.

SÓCRATES.- De ello deduce, por consiguiente, alguna utilidad.
POLOS.- Sí.

lunes, 28 de septiembre de 2009